Era mediano de estatura, con el pelo ensortijado y platinado como si se lo hubiera pintado con argento, ojos verde claro, acento lusitano, nariz de hebreo sefardí y siempre vestido de gris. Entró a mi vida un verano sin recuerdo, me despertó cada mañana con el ritual de café hervido y un beso, luego del ofertorio de la música pasábamos al recuento cotidiano de los eventos internacionales, en la radio de onda corta, todo estaba perfectamente organizado y en orden alfabético, era de una erudición y parsimonia detestable , entre nosotros existía nada más que soledad, yo vivía en una constante sed de afecto, confieso que me seducía tener respuesta a cualquier pregunta incluso con la etimología necesaria, era como esos diccionarios gigantes de la editorial Quilete! un Larousse en vida! la Enciclopedia Británica andante! y la cocina que la compartíamos con frecuencia no era el lugar para robarme un beso, envés se convirtió en una aula abierta donde las actividades culinarias tenían una explicación de ciencia física, como aquel día en que me preguntó porqué los pepinos encebollados se saturaban de salmuera y yo fallé en explicar el principio de ósmosis y sentí que en ese instante había cometido suicidio porque dejé de existir o por lo menos en ese mismo instante cual pájaro encerrado la libertad pasó a ser una obsesión para mi...Inaudito da Silva Almeida dejó de existir en mi vida una tarde de agosto paulista cuando al verlo cruzar la avenida rogué a todos los santos del cuerpo celeste que me hagan transparente, el pasó por mi lado sin ni siquiera mirarme y en un respirar de alivio miré atrás y vi su silueta alejarse por la Avenida Angélica como la última toma... en los filmes de Godard...
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